Deja ya de lamentar, ven a sentarte a mi lado,
No me has querido decir – Quilapayún
Que nada se va a arreglar con vivir en el pasado.
Ahora nuestra misión es que todos vean claro
Que esta banda de asesinos tienen los días contados.
Deja ya de lamentar, ven a sentarte a mi lado,
En mi cabeza se repiten los versos de Quilapayún una y otra vez. Lo utilizo como mantra, como un escudo ante la frustración que me causa, una vez más, observar cómo nuestro país vuelve a estar en manos de una oligarquía inconsciente y sanguijuela, resultado histórico de una acumulación ilegítima y de explotaciones sistémicas, pero que se presentan ante un pueblo desesperado como la solución única de la miseria.
El nuevo presidente ahora pisa Carondelet y los tonos morados prevalecen en los discursos de triunfo. Pero a mí el morado me vuelve a recordar a los zapatos rojos que ya pisaron alguna vez el palacio de gobierno, porque el sonido de las pisadas es igual, las palabras similares y, más atemorizante, los intereses son los mismos. Bajo el mismo andar, las necesidades pragmáticas de un pueblo que apenas puede subsistir con un dólar al día han quedado relegadas a segundo plano porque, a quienes elegimos, priorizan siempre la defensa del círculo de poder diminuto al que pertenecen.
Ahora, mi país se enfrenta a una contradicción casi paradójica: el presidente más joven de la historia, dando continuidad al modelo más desgastado de la sociedad. Y es que este día, bajo la luz de un astro que tal vez nos ha visto fracasar una y otra vez, el país ha vuelto a elegirse hacienda.
Pero supongo que de la misma fuerza que llevó a nuestros bisabuelos a rebelarse ante el mismo sistema, será la fuerza que nos acompañe para seguir a pie de cañón. Porque la miseria, al final, siempre tendrá los días contados.
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