“En ese momento pensó que tal vez ese era el sentido de los alumbramientos: el acercamiento a la luz. También comprendió que al estar ayudando a su nuera a dar a luz, se había convertido en un eslabón más de la cadena femenina formada por generaciones de mujeres que se daban luz unas a otras”.
– La Malinche, de Laura Esquivel
En las culturas andinas, la partería se veía como una tarea sagrada. Las parteras eran vistas con gran respeto, puesto que eran ellas quienes facilitaban que un nuevo hijo o hija de la Pachamama llegara sin contratiempos al mundo. La mujer embarazada, a su vez, en ningún momento era considerada una mujer enferma: era, al contrario, una mujer poderosa.
Silvia Federicci, en su libro El Calibán y la Bruja, narra cómo, con la profesionalización de la medicina, se produjo un cambio en los roles y las mujeres fueron excluidas de las salas de parto. Los conocimientos médicos femeninos fueron deprestigados y las mujeres quedaron relegadas a sujetos pasivos, sin control sobre su parto y sus otros procesos reproductivos. Aquellas que se mantenían presentes en las salas de parto y continuaban ejerciendo sus profesiones, enfrentaban el riesgo de ser acusadas de brujería y, como consecuencia, ser condenadas a la hoguera. Mientras tanto, los médicos, que eran principalmente hombres, pasaron a ocupar el papel de “dadores de vida”, donde su intervención y conocimientos eran considerados los únicos legítimos para decidir cómo deberían ser los partos.
Los conocimientos y las prácticas femeninas que sobrevivieron pasaron a formar parte de la resistencia. Una de las manifestaciones de esta resistencia se ha reflejado especialmente en el papel de las doulas y las parteras, cuya labor ha permitido que las mujeres permanezcan presentes en las salas de parto. A diferencia de las parteras, que ejercen la medicina, las doulas desempeñan un papel distinto pero igualmente significativo: brindan información y apoyo emocional continuo a la mujer embarazada durante el preparto, el trabajo de parto y el posparto. Su objetivo es lograr que la mujer sea la protagonista durante su parto.
“Mi primera carrera es de comunicadora social. No pensé nunca estar acá”, me explica María Isabel Yánez, fundadora del Centro de Desarrollo y Acompañamiento Humano Savia. “Pero cuando nació mi primera hija, a mis 21 años, tuve violencia obstétrica y es ahí cuando decido acompañar a otras mujeres para que precisamente no vivan, lo que hace recién cuatro años en el Ecuador se estipula como violencia obstétrica”.
En su primer parto, la clínica donde dio a luz María Isabel no respetó la libre posición durante el parto. Hubo kristeller, se le practicó una episiotomía, y se la sobre-medicalizó al administrar oxitocina a pesar de tener una buena dilatación. Su primera experiencia de parto se convirtió en una pesadilla, y María Isabel quedó con una amarga sensación.
Al año y medio de que nació su hija, ya mucho más informada, María Isabel acompañó a una madre adolescente de 15 años. Paulatinamente, empezó a acompañar amigas, primas y cada vez acudían a ella más mujeres a que le pedían ayuda para llevar su parto de manera relajada. Dos años después de su primer parto, María Isabel se certificó como doula y, posteriormente, como consultora de lactancia. En el camino, sin embargo, decidió trabajar para que se reconozca el parto humanizado y la figura de la doula en el país.
“Las mujeres paríamos acompañadas de nuestras madres y abuelas y eso dejó de suceder, cuando se subordina la maternidad al modelo autoritario”.
– María Isabel Yánez, durante su intervención en la Asamblea Nacional el 20 de septiembre de 2016.
En septiembre de 2016, María Isabel Yánez asistió a la Asamblea General como coordinadora de la Red de Doulas Ecuador, para participar en el primer debate del proyecto de Ley Orgánica para la Atención Humanizada del Embarazo, Parto y Posparto. El proyecto de ley contaba con 17 artículos en los que se recogía los derechos de la mujer embarazada y las obligaciones de los centros de salud durante y después del parto. “Lastimosamente este reglamento hasta ahora, por una falta de decisión política no se ha aprobado”, explica María Isabel, quien continúa trabajando porque las doulas se integren al sistema de salud público.
María Isabel Yánez, fundadora del Centro de Desarrollo y Acompañamiento Humano Savia.
“Uno de mis deseos siempre fue que la figura de la doula entrara al sistema público”, manifiesta María Isabel. “Y creo que esa fue una de las grandes diferencias y uno de los motivos de las divisiones de doulas aquí, sobre todo en la capital, porque dentro de este tema privado, muchas de mis compañeras estaban a favor de que la doula debe cobrar sus servicios. Yo no decía que no estoy a favor de cobrar los servicios. Pero sí de institucionalizar nuestro rol a nivel público. Porque donde más hay violencia obstétrica es en el sistema público”. María Isabel insiste en que es necesario cuidar el papel de las doulas mediante una adecuada formación y el mantenimiento de un código de ética, evitando así que este acompañamiento se mercantilice.
María Isabel Yánez, fundadora del Centro de Desarrollo y Acompañamiento Humano Savia.
Cuando dio a luz a su tercer hijo, María Isabel tuvo una experiencia totalmente diferente, donde pudo sanar sus heridas y estar conectada con sus necesidades y deseos. “Fue un parto totalmente hermoso. Y eso fue como la confirmación, digo yo, de que los bebés pueden venir de un modo placentero, con amor y con respeto. Y nosotras podemos disfrutar del parto. Es algo que casi nadie nos dice, ¿no? Y realmente casi la mayoría de mujeres tenemos mucho miedo al parto. Y creo que ser doula es eso, conectarle a la mujer con su cuerpo, con sus emociones, con sus miedos”.
De acuerdo con una investigación realizada por la Escuela de Medicina de la Universidad Católica de Chile, el impacto del trabajo de la doula es significativo y multifacético. Se ha demostrado que que la presencia de una doula reduce la duración del trabajo de parto, disminuye la necesidad de anestesia, y reduce los índices de cesáreas. Además, se observa una disminución notable en los niveles de ansiedad, dolor y depresión posparto entre las mujeres que cuentan con el acompañamiento de una doula.
María Isabel Yánez, fundadora del Centro de Desarrollo y Acompañamiento Humano Savia.
“Las doulas somos un riesgo. Un riesgo para bajar las cifras de cesáreas innecesarias”, manifiesta sonriendo María Isabel.
Un cambio semántico: el parto normal es el parto humanizado.
“Es grandioso. Es grandioso saber que te lo sacan, todavía estás unida por el cordón umbilical, y lo primero que hace el doctor es sacarlo y ponerlo inmediatamente sobre el pecho, y ahí ustedes se quedaron tranquilos, acostados, reclinados. Yo sintiéndoles, es una sensación, no sabría cómo explicar, enorme, enorme de satisfacción, de emoción, de amor, de un amor que se puede ver, porque ya les quería desde antes”.
– Pilar Demera, en entrevista el 27 de marzo del 2024.
A mi mamá le encantaban los embarazos. Su piel suave, su cabello rizado, sus ojos vibrantes: todo se embellecía cuando en su vientre llevaba una nueva vida. Sus embarazos, tan deseados como planificados, eran para ella una causa constante de alegría a lo largo de los nueve meses que nos llevó consigo.
El 6 de junio, mi mamá rompió fuentes. Consciente de lo que tenía que hacer, le avisó a mi papá y se dirigieron a la clínica. Todo iba bien, hasta que las contracciones pararon. Pararon y no volvían. Su médico no llegaba y en la clínica, como respuesta, le pusieron pitocin, un medicamento que se administra a través de sus venas para iniciar las contracciones o hacerlas más fuertes. Desesperada, y sin poder ya controlar el dolor de las contracciones, mi mamá se retorcía del dolor, y nadie la escuchaba.
«Me llevaron al quirófano, pero nosotros seguimos esperando a mi doctor, que no llegaba. Y otro médico, que no me conocía, me dijo: ‘Ya quédese quieta. Sino, le vamos a tener que amarrar’. Y eso fue lo que hicieron. Me pusieron en una camilla acostada, sujeta de las manos, las muñecas y los pies, los tobillos. Y yo recuerdo, tengo esta imagen de verme amarrada, retorciéndome del dolor por el pitocin. Y el doctor decía: ‘Si sigue así, si usted no se puede controlar, vamos a tener que hacerle la cesárea, porque no llega su doctor’. Pero yo no quería.»
Mi mamá estaba cerca de ingresar al quirófano cuando su doctor llegó. Visiblemente molesto, le pidió al otro médico que se retirara, la desató e inició todo para que mi mamá pudiera dar a luz normal: no había ningún impedimento para poder hacerlo.
Pilar Demera, en entrevista el 27 de marzo del 2024.
Cuando mi mamá dio a luz, el concepto de «parto humanizado» ya existía desde hacía dos años. En el 2000, varios activistas, investigadores y profesionales de la salud latinoamericanos se reunieron en Brasil durante la Primera Conferencia Internacional para la Humanización del Nacimiento para dar respuesta a las altas tasas de intervenciones y abusos hacia las mujeres durante el parto. En este primer encuentro, se recalcó que la humanización del parto debía hacer hincapié en la necesidad de devolver a las mujeres su rol protagónico, evitando procedimientos innecesarios, respetando los deseos de la madre y vinculando las decisiones del personal médico con la autonomía de la mujer.
Cuando le pregunté a mi mamá cómo se sintió después de haber pasado de una experiencia de violencia obstétrica a experimentar un parto humanizado, me respondió que, para ella, la transición fue directa: de vivir violencia obstétrica a experimentar un parto totalmente normal. No hubo puntos intermedios.
“Decirle parto humanizado no es tan correcto”, explica Patricia Muñoz, doula certificada en maternidad. “Es mejor decir que es un parto respetado, porque se respetan los derechos de la madre y del bebé. Los derechos que tiene a escoger y tomar ciertas decisiones, porque al final tú no le estás pidiendo al médico cosas incoherentes”. Patricia lleva 21 años trabajando como doula, y, a lo largo de su experiencia, ha determinado que aquellos partos que atienden a la dignidad de la mujer son partos donde, sencillamente, se respetan los derechos de las mujeres.
Patricia Muñoz no es la única que discute el término. Ismael Escandón, ginecólogo obstetra del Hospital Los Valles, también señala lo conflictivo de este concepto, argumentando que el parto normal es simplemente aquel donde se preserva la salud y la dignidad de la madre y el hijo. Desde su perspectiva, cualquier situación que se desvíe de esa premisa puede considerarse como violenta.
Ismael Escandón, ginecólogo obstetra del Hospital Los Valles.
Actualmente, el concepto de parto humanizado también se ha convertido en un negocio. Según una tesis de investigación realizada en la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia, la iniciativa del parto humanizado ha sido apropiada por diversas prácticas mercantiles que abarcan distintos ámbitos, desde partos domiciliarios hasta partos en clínicas privadas especializadas, que prometen confort para la mujer. En Ecuador, bajo la figura de parto humanizado, las clínicas pueden cobrar cerca de 1.600 a 2.000 dólares, a pesar de que el tarifario de 2020 del Ministerio de Salud señala que un parto normal cuesta 791 dólares.
No obstante, a pesar de los costos no hay garantía de que se respete el parto y los derechos de la mujer. “Vengo acompañando a muchas mujeres, muchos nacimientos. Y todavía sigo viendo ahora un gran problema, la mercantilización del parto, en donde te ofrecen en todo lado parto humanizado, pero en el momento, terminas en cesárea injustificadas o con partos terribles”, explica la doula María Isabel Yánez. “Los médicos han aprendido lastimosamente a moverse muy bien desde el lado mercantil”, se lamenta.
Tanto María Isabel como las doulas Silvana García y Patrica Muñoz coinciden que la apropiación del parto no es un privilegio y es el Estado quien debería asegurar que se cumpla este derecho. Para Patricia, además, es el Estado quien debe brindar la información necesaria a la mujer para que ella esté consciente de sus derechos. “La información es poder”, enfatiza Patricia “cuando una mamá toma decisiones informadas, basadas en conocimientos actualizados y comprensión de las razones detrás de los procedimientos, estamos recuperando el control sobre el parto”.
Silvana García, doula y fundadora del centro de acompañamiento maternal holístico Madre Ancestra.
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