El 2023 sabe a resiliencia. Pasé la mitad de sus meses llorando, y su otra mitad dejando páginas en blanco para poder dibujar nuevas historias. El 2023 se llevó a amigos, amores y sueños. Me dejó en julio como un corazón pisoteado y tuvo que llegar agosto para que entendiera que mis heridas eran tan mías, que no podría acariciarlas hasta que no soltara las manos que me hacían daño. El 2023 me enseñó que hay lugares que siempre nos parecerán preciados pero que serán más felices si funcionan como recuerdos o si se quedan, en cambio, sepultados en el olvido. El 2023 se llevó en mayo todo aquello que me era amado. Lo quitó de golpe y tuve que vivir ese vacío para entender que es mejor llorar por la falta, que por la presencia. Me tardé en comprender que lo que buscaba, en realidad, era a mi propia piel, que había perdido su nombre. El 2023 abrazó mi dolor y lo convirtió en poesía. Me sacó de la cama y depositó en mis manos amores, perfumes, colores y canciones. Me dejó sentir el milagro de unos ojos que se miran y lo suave que se siente el corazón cuando lo tocan las manos correctas. Me embriagó con el calor de la amistad, que a veces sabía a café y otras a vino, pero que se consolidó como un lazo irrompible, un pacto, entre la esperanza y el mundo. El 2023 llenó mis noches de dulzura y conversaciones. Dejó a mis pies un costal de ladrillo y cemento para poder construir mi hogar. Tejió ternura para los problemas no resueltos y colocó frente a mí un lienzo en blanco donde todo, hasta la felicidad, estaba permitido. El 2023 volvió de amor a mis poesías. y curtió la piel de mis heridas. 2023, en algún momento creí que me quitaste todo. Ahora lo entiendo. No me quitaste la vida, me quitaste el dolor. Creaste un huerto donde sembraste certezas y ahora te vas, dejándome a flor de piel, unas inmensas ganas de vivir.
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