Carta al 2024

El 2024 llegó como un golpe
y se fue como una bocanada
de aire fresco.

Me revolcó contra la arena,
solo para enseñarme que los comienzos
no son fáciles,
pero sí necesarios.
Aumentó adjetivos a las dudas
ya construidas
y dibujó signos de interrogación
en cada una de las certezas.
Aún así, hizo de mi pecho
una casa donde dormir
cuando todo se volviera
demasiado pesado.

El 2024 reforzó las raíces
de amistades infinitas
y me mostró que hay personas
que siempre han estado
(siempre estarán),
no importa el color de mis lágrimas
o la materialidad de mis miedos:
y en un mundo sin clarividencia
no hay nada más precioso
que construir un refugio
en manos ajenas.

El 2024 depositó en mi boca
todas las traducciones
de la palabra amor,
con la esperanza de que
alguna de ellas llegara a su destino:
un hogar pequeño en medio
de distintas existencias,
hoguera fuerte
en medio de tanta incertidumbre.

El 2024 me quiso enseñar
que la tristeza no se habita,
se supera,
y no hay poema ni verso
que justifique la desdicha.

El 2024 llenó mi cuarto de espejos,
para que en el cambio pudiera reconocerme:
rompiendo anhelos
e intercambiando la cara del futuro,
me pidió que me sostenga,
que cuide mis alas
hasta que estén listas para volar.

El 2024 me enseñó
que la vida no es fácil,
que siempre hay más sentimientos que romper,
más sueños que perder,
más vidas que probar.

Antes de marcharse para siempre,
dejó flores en mi maleta de viaje,
susurrando que es mejor vivir
este torbellino
de la mano de las personas correctas.

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