Me he subido al bus que me llevaba a tu casa, y he pasado de largo en tu parada. Todo seguía igual, los comercios, las calles, el puesto donde venden collares que nunca llegué a comprar. Todo seguía igual, menos yo. Ya no tenía urgencia de verte, ni premura de saber de ti. He mirado a la ventana, y me he arrebujado en mi asiento, ansiosa por llegar a mi destino, a sabiendas que ese no eres tú. He sonreído, porque queriéndote amar, aprendí el placer de una herida que escuece pero no quema, y que ahora brota de mi cuerpo en forma de poema. Tu desamor no me ha matado, las lágrimas no me secaron. Y aunque no merecía tu herida, ambos sí merecíamos el amor que pensamos construir, tal vez no para que sucediera, pero sí como referente de lo que queremos y no queremos amar. Y más como por costumbre, que por anhelo, he buscado tu silueta tu gorra tu tez en las personas en la acera. Algo en mí se ha entristecido al no hallarte, como si tu ausencia fuera el testimonio profundo de que solo puedo ser, cuando no me miras. O que la niña pequeña solo aflora cuando tú estás. Más he encontrado en mi calma algo parecido al amor que perdona: porque sin el odio que dejó tu partida, he vuelto a ser yo. He sentido un calor tibio recorriéndome el pecho, como si al olvidarte pudiera amarte de nuevo, como la primera vez que lo hice. Así empiezo a abrazar ese ordinario, aceptar que no fuimos mágicos, ni trascendentes, que nuestra historia se perderá en la de nuevas vidas, que nuestro amor estaba destinado a ser canción y poesía, que son otras formas de decir que nosotros no íbamos a ser. He de admitir que me duele no extrañarte, pero que tal vez la nueva tranquilidad es admitir que te he dejado ir. En pocos minutos abandonaré este traste mecánico y tu sombra volverá al lugar de mi mente donde guardo las cosas que a falta de cuidado y compañía he dejado marchitar. Otros brazos me abrazarán al llegar, y yo sonreiré, porque entonces es cuando comprendo que el amor es un aliento de vida en medio de la enfermedad. Y tú no fuiste ninguna de las dos. Me he subido al bus que me llevaba a tu casa, y he pasado de largo en tu parada. Todo seguía igual, los comercios, las calles, el puesto donde venden collares que nunca llegué a comprar. Todo seguía igual, menos yo, por que he tenido que admitir lo triste y maravilloso que es pasar por tu terminal sin ganas ya de bajar.
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