Hoy lloré sin razón

Hoy lloré sin razón. Sin razón, supongo, porque tuve que caminar despacio al baño con la mandíbula apretada para poder recoger las lágrimas que se negaban a explicarme por qué querían salir.

Al inicio salieron a borbotones, pero se quedaron tímidas cuando vieron que la tristeza no es un repelente: la gente es curiosa cuando te ve llorar. Entonces me dejaron secarlas con una sonrisa, media digna, media asustada. Se convirtieron en un nudo en el pecho y una respiración ansiosa. 

Las lágrimas tímidas e ingratas me dejaron mojar mis manos con agua helada e intentar pensar. “Solo un segundo” – dijeron – colocándose en posición  militar en mi garganta. 

Mi mente acudió desesperada en mi ayuda pero solo pudo abrazarme. Solo abrazarme. “Lo siento, mi vida” – susurró – “yo tampoco entiendo que te pasa”. En un intento de ayudarme, empezó a enlistarme razones por las cuales las lágrimas se estaban sublevando. Solo consiguió que el ejército se revelara y empezara a subir a mis ojos para contradecirla.

Pedí una tregua en aquella batalla ya perdida. Apagué el mundo y las expectativas. Solo me fui a casa. 

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