Cuando la noche era nuestra
y toda tu piel era una
única declaración de amor,
tu cuello, tu cabello y tus párpados
me pertenecían,
y en un intento de hacernos infinitos,
te susurraba que jugáramos al destino
y le hiciéramos trampas al sol.
Ahora ya no estás, mi amor,
pero creo que te sigo pidiendo
que le hagas trampas al sol.
No por mí, cariño,
que yo misma he aprendido
a jugar con las eternidades,
pero tengo la esperanza
de que sepas dilatar tus sueños
cuando ya parezca que amanece,
que puedas alargar la noche
hasta encontrar la valentía
que necesita tu despertar,
que puedas congelar el beso fugaz
de un alma transeúnte.
Y es que, cariño,
yo sola he aprendido
hacer infinitos mis momentos,
pero sí consigues engañar al sol,
tendría la certeza
de que nadie te va arrebatar el tiempo,
de que el día no terminará
antes de que empiece tu sonrisa,
de que los segundos serán lentos
cuando el placer toque tu vida.
Si logras burlar al sol,
amor,
estoy segura de que ambos
podríamos bebernos el mundo,
tú en tu noche, y yo en la mía.
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