Cuando la noche era nuestra y toda tu piel era una única declaración de amor, tu cuello, tu cabello y tus párpados me pertenecían, y en un intento de hacernos infinitos, te susurraba que jugáramos al destino y le hiciéramos trampas al sol. Ahora ya no estás, mi amor, pero creo que te sigo pidiendo que le hagas trampas al sol. No por mí, cariño, que yo misma he aprendido a jugar con las eternidades, pero tengo la esperanza de que sepas dilatar tus sueños cuando ya parezca que amanece, que puedas alargar la noche hasta encontrar la valentía que necesita tu despertar, que puedas congelar el beso fugaz de un alma transeúnte. Y es que, cariño, yo sola he aprendido hacer infinitos mis momentos, pero sí consigues engañar al sol, tendría la certeza de que nadie te va arrebatar el tiempo, de que el día no terminará antes de que empiece tu sonrisa, de que los segundos serán lentos cuando el placer toque tu vida. Si logras burlar al sol, amor, estoy segura de que ambos podríamos bebernos el mundo, tú en tu noche, y yo en la mía.
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