“Al principio, si bien es cierto, se respetaban los ritmos naturales, pero también debemos decir que había mortalidad materna e infantil por los partos en casa. Pero al momento en que se sobremedicalizan los partos y empezamos a hacer una cantidad de intervenciones excesivas, nos vamos al otro extremo” señala María Isabel Yánez, doula por más de 20 años. Para Yánez, la solución no está en los extremos, sino en encontrar el equilibrio justo, donde la madre vuelva a ser protagonista de su parto.
Tener acceso a la cesárea es un derecho garantizado por la Ley de Maternidad Gratuita y Atención a la Infancia, que estipula que toda mujer tiene derecho a recibir atención de salud gratuita y de calidad durante su embarazo, parto y posparto, así como el financiamiento para cesáreas en caso de ser necesario. A su vez, también es un derecho fundamental para todas las mujeres y cuerpos gestantes tener la capacidad de decidir libremente sobre sus cuerpos y su sexualidad, así como de tomar decisiones informadas y consensuadas sobre el parto.
“Yo creo que en ese punto los profesionales de la salud deben ser bastante empáticos con sus pacientes. Por más que sean jóvenes, viejos, de cualquier condición que sea, hay que tratarlos con respeto y con información clara», señala Melanie, quien, tras dar a luz a dos hijos mediante cesárea, conoce la sensación de apropiarse de su parto. «Yo creo que ese es un punto súper importante. El personal médico tiene que reconocer la posición que tienes en ese momento: la posición de madre».
El proceso de cicatrización de la cesárea es lento, y requiere de cuidados y atención. La herida permanecerá sensible hasta por tres semanas y tomará aproximadamente de ocho a nueve meses para que la cicatriz se convierta en una fina línea. Además, según Ibone Olza, médica psiquiatra y cofundadora del foro “Apoyocesáreas”, las heridas emocionales pueden tardar más en sanar. Para Olza, el primer paso para abordar estas heridas es reconocer su existencia. Frases como «lo importante es que el bebé esté bien» invalidan los sentimientos de la mujer y solo consiguen hacerla sentir más sola. En cambio, cuando se acepta esa herida y la madre recibe apoyo del entorno familiar y social, es posible sanar.
“Siempre es posible resignificar”, señala Alejandra. Melanie, Silvia, Sofía, María Gabriela, Lorena y Verónica también saben que esas heridas, que un día dolieron tanto, pueden cobrar un nuevo significado.
Quizás ahí radique la importancia de recordar y contar la historia de esas marcas de guerra: porque se convierten en recordatorios tangibles de resistencia, lucha y resignificación.
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